domingo, 27 de noviembre de 2011


Esta es la primera serie que me animo a escribir de lo que llamo cuentos cortos impersonales la cual titulé Amor no se escribe en la pared.


Anteriormente:
Amor no se escribe en la pared.
El surco peatonal.

__________________

El látigo rotundo.
__________________

-11-

Pasaron sólo unos cuántos días en los que él y ella habían, más o menos, generado un vínculo. Casi casi eran amigos. Y esos cuántos días fueron más de tres y menos de cinco .

...Y él no aguantaba más, fiel a su impaciencia, no quería tener todos los asuntos de antes cuando se veía envuelto en competir con alguien por una chica..., en tener que perder por no animarse a decir las cosas. Él ya no quería más eso.

La llamó por teléfono y le dijo que tenía que decirle algo importante, que la iba a buscar.

Antes de llamarla había marcado varias veces su número y justo antes de producirse la llamada, había colgado. Tenía mucho miedo, mucha ansiedad, mucha angustia. Su timonero inconsciente le jugaba la mala pasada del 'todo o nada', siempre. Después descubriría que aquello último era al vicio nomás.

Le preguntó si tenía algo importante que hacer, porque, si no lo tenía, él desearía invitarla a conversar sobre una cosa importante. El rollo de siempre.

─ No, dale vení -dijo con un tono distendido-. ¿Te espero a las seis, entonces?
─ Sí, esperame -balbuceó él, con voz ronca pero ya tranquilo-. Intentaré ser puntual...

Meditó las palabras que iba a decir mientras viajaba en el colectivo. Había pensado que hubiera sido mejor ir caminado, como para tener más tiempo, pero como ya estaba llegando tarde...

Se encontraba un poco nervioso pero, extrañamente, no tanto. Se puso si tanto en el momento de bajar del transporte. El estómago con unas actividades de ultratumba. Parecía que se iba a morir.

Caminó los doscientos metros acostumbrados, evitó tropezar ─como la última vez─ con una maldita baldosa del demonio. Tocó el portero. Miró hacia los lados, justito había pasado una mujercita linda:

─ ¿Hola?
─ Sí..., hola..., ¿Está Florencia? -dijo, pensando en que si le hubieran atendido inmediatamente la puerta, le habrían visto observar a aquella mujercita.
─ Sí, soy yo, ¿Diego, sos vos?
─ (entre risas) Sí, soy yo, ¡hace horas que espero acá solito!
─ (entre risas) ¡No te creo! Ya salgo.

Esa pequeña charla de portero le había relajado. No se dio cuenta que esa mismísima sensación era un aviso, también rotundo, de un Camino con corazón.

Claro, todavía no había leído a Carlos Castañeda...¡cuánto se hubiera ahorrado si se hubiese enterado antes sobre lo que es un Camino con corazón...!

-12-

Una vez ella hubo salido, él le dijo que quería mejor que se sentaran en los escalones de la puerta de entrada. Dijo que bueno. Se sentaron.

Él habló al comienzo de muchos asuntos indirectos: que la bolsa de comercio de Kualalumpur cayó el día anterior, que las aves migratorias ya no migran tanto;  hasta le preguntó si había visto los bebés pandas que nacieron justo en esa semana...! En fin, de cualquier cosa. Hasta que...:

─ Mirá, Florencia, te tengo que decir algo. A mí me gustas y yo no tengo la intención de ser tu amigo.

Mientras lo decía pensaba que lo dijo, ¡por fin lo había hecho!; que por fin se animó, ¡ya está! ¡Listo el pollo! Ese punto en sus pensamientos le hicieron sentir más tranquilo.

─ Entiendo. ¿Vos estás enamorado o...?
─ ¡No para nada! -él nunca ni para otros ni para sí iba a reconocer algo, ¡nunca!-. Sos re linda, me gustas mucho, pero no estoy enamorado de vos -le expresó ya sin el peso autoimpuesto de las cosas autoimpuestas.
─ Mirá...este..., Diego, yo no te correspondo -y las frías cataratas del Niágara en un vaso de agua. Una sutil, portentosa y fría bañera de agua fueron para él ese 'Mirá', ese 'yo', ese 'no', ese 'te', y ese 'correspondo'-.
─ Bueno, no voy a ser dramático. ¿Qué hiciste hoy en la facu? -un santo, un San Boludo se hizo-.
─ ¡Pero pará!, ¡¿ya terminaste lo que me tenías que decir, Diego?! -él reconoció el tono torturador de la vocecita taciturna de ella, de hecho, el látigo de los 'rotundo NO' había llegado a esos tibios escalones de la puerta de entrada-.
─ Sí, ya terminé -¡osos pandas vengan a mí!-, sólo quiero que no interfiera en nuestra amistad. ¿Podemos hacer eso? -preguntó, mirando hacia el suelo, quizás buscando esa zona de los navíos a velas.
─ ...Podemos -respondió ella.
─ Entonces, ¿qué hiciste en la facu hoy? -¿vieron que los osos pandas son re lindos y que viven en China y que...?-.

La ilusión nuevamente se había ido al carajo. El carajo era la zona alta ─el mástil mayor─ de los navíos a velas a donde el capitán mandaba a sus comandados como un leve tipo de castigo.

─ La vida es así muchacho... -se dijo a sí mismo- una mierda que tiene que ver con el mar...

No hay comentarios:

Publicar un comentario