Esta es la primera serie que me animo a escribir de lo que llamo cuentos cortos impersonales la cual titulé Amor no se escribe en la pared.
Anteriormente:
Amor no se escribe en la pared.
Un nuevo actor en la escena.
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El surco peatonal.
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Amor no se escribe en la pared.
Un nuevo actor en la escena.
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El surco peatonal.
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-9-
Invitó a unos amigos y fueron ellos y Su amigo a esa reunión. Ella llevó a una compañera de la pensión en la que vivía.
Él se encontró, una vez subido a la terraza, con el nuevo actor siempre al lado de ella en un extremo del sitio. Imaginó que estaba chamuyando* a full, como se suele decir. Le hirvió la sangre. Un poco, pero le hirvió.
Tomó unas copas de algo que había por ahí, habló otro poco, hizo bromas. Dejó en ridículo a uno de sus amigos por haber tirado algo al suelo. Compró vino y le compraron. Se sentó, filosofó otro poco y, después de haber rompido el hielo ─de haberlo roto en pedazos, metafóricamente hablando─, contó unas anécdotas socialmente aceptables, pero por sobre todas las cosas, tomó vino, quizás un poco más de la cuenta, aunque la cuestión todavía seguía controlada.
Para su sorpresa, la chiquita linda, simpática y más sociable, la del comentario destructor, estaba con su novio: un tipo parecido a Brad Pitt. Él no podía competir con semejante mastodonte. Igualmente, advertía que esta chiquita lo miraba ─en esa y en otras ocasiones─ con la invitación a los sutiles pecados. Esto le traía confusión, tal vez una doble.
Habló con algunas chicas. Insistió que uno de sus amigos hablara con una muchacha tímida, alejada del resto. Una vez juntos, alzó la voz diciendo que 'se había formado una pareja' ─Roberto Galán hubiera salpicado una sonrisa desde su tumba─; ellos dos, claro, colorados. Le encantaba producir esas situaciones.
Le cayó especialmente bien a la amiga/compañera de pensión de ella. Como eran del mismo lugar, ambos rompieron el hielo sobre temas afines geográficos. Su compañera de pensión le había echado un ojo, y él, fiel a sus asuntos machísticos, no rehusó a las invitaciones.
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* Chamuyar: arte en la que se inscribe un chico para seducir a una chica, a veces mintiendo a veces exaltando cualidades innatas o adquiridas.
-10-
Una vez acabada la reunión, él insistió en acompañarla a ella ─y a su compañera─ a su casa. Él fue junto a su amigo y cómplice.
Se despidió de la chiquilla simpática con un beso desalentador ─el mastodonte era muy lindo/fachero─. Tiempo después aprendería que si billetera mata galán, labia mata billetera...
Se fueron cantando por la peatonal. Él, extrovertido y bajo los delicados efectos del vino, cantaba en voz alta y casi gritando unas canciones románticas afines al grupo caminador. Cantaba lindo al desentonar sólo pocas veces, quizás el vino ayudó con las notas altas. Los demás se le sumaron en algunas canciones.
En ciertas esquinas se encontraban policías, que ya venían advirtiendo los gritos metros antes, a quienes él se dirigía con su canto presumido, peculiar, ausente de vergüenzas. Estos guardianes de la casi bahía, algunos miraban de reojo, otros, sonreían. Por alguna razón, el grupo caminador sabía, que ese surco peatonal ahora les pertenecía.
Pasadas una cuadras se abrazaron todos y fueron cantando en voz cada vez más alta. Ya les había contagiado sus características del momento, características éstas vinculadas a esa cosa llamada personalidad. A veces la vergüenza era mutua y se miraban y reían por ello.
Él de tanto apretar, se soltó. Ya no había nubes qué trepar, las había alcanzado a todas. Él fue libre y feliz por más de cinco minutos...
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