domingo, 27 de noviembre de 2011


Esta es la primera serie que me animo a escribir de lo que llamo cuentos cortos impersonales la cual titulé Amor no se escribe en la pared.


Anteriormente:
Amor no se escribe en la pared.
El surco peatonal.

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El látigo rotundo.
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Pasaron sólo unos cuántos días en los que él y ella habían, más o menos, generado un vínculo. Casi casi eran amigos. Y esos cuántos días fueron más de tres y menos de cinco .

...Y él no aguantaba más, fiel a su impaciencia, no quería tener todos los asuntos de antes cuando se veía envuelto en competir con alguien por una chica..., en tener que perder por no animarse a decir las cosas. Él ya no quería más eso.

La llamó por teléfono y le dijo que tenía que decirle algo importante, que la iba a buscar.

Antes de llamarla había marcado varias veces su número y justo antes de producirse la llamada, había colgado. Tenía mucho miedo, mucha ansiedad, mucha angustia. Su timonero inconsciente le jugaba la mala pasada del 'todo o nada', siempre. Después descubriría que aquello último era al vicio nomás.

Le preguntó si tenía algo importante que hacer, porque, si no lo tenía, él desearía invitarla a conversar sobre una cosa importante. El rollo de siempre.

─ No, dale vení -dijo con un tono distendido-. ¿Te espero a las seis, entonces?
─ Sí, esperame -balbuceó él, con voz ronca pero ya tranquilo-. Intentaré ser puntual...

Meditó las palabras que iba a decir mientras viajaba en el colectivo. Había pensado que hubiera sido mejor ir caminado, como para tener más tiempo, pero como ya estaba llegando tarde...

Se encontraba un poco nervioso pero, extrañamente, no tanto. Se puso si tanto en el momento de bajar del transporte. El estómago con unas actividades de ultratumba. Parecía que se iba a morir.

Caminó los doscientos metros acostumbrados, evitó tropezar ─como la última vez─ con una maldita baldosa del demonio. Tocó el portero. Miró hacia los lados, justito había pasado una mujercita linda:

─ ¿Hola?
─ Sí..., hola..., ¿Está Florencia? -dijo, pensando en que si le hubieran atendido inmediatamente la puerta, le habrían visto observar a aquella mujercita.
─ Sí, soy yo, ¿Diego, sos vos?
─ (entre risas) Sí, soy yo, ¡hace horas que espero acá solito!
─ (entre risas) ¡No te creo! Ya salgo.

Esa pequeña charla de portero le había relajado. No se dio cuenta que esa mismísima sensación era un aviso, también rotundo, de un Camino con corazón.

Claro, todavía no había leído a Carlos Castañeda...¡cuánto se hubiera ahorrado si se hubiese enterado antes sobre lo que es un Camino con corazón...!

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Una vez ella hubo salido, él le dijo que quería mejor que se sentaran en los escalones de la puerta de entrada. Dijo que bueno. Se sentaron.

Él habló al comienzo de muchos asuntos indirectos: que la bolsa de comercio de Kualalumpur cayó el día anterior, que las aves migratorias ya no migran tanto;  hasta le preguntó si había visto los bebés pandas que nacieron justo en esa semana...! En fin, de cualquier cosa. Hasta que...:

─ Mirá, Florencia, te tengo que decir algo. A mí me gustas y yo no tengo la intención de ser tu amigo.

Mientras lo decía pensaba que lo dijo, ¡por fin lo había hecho!; que por fin se animó, ¡ya está! ¡Listo el pollo! Ese punto en sus pensamientos le hicieron sentir más tranquilo.

─ Entiendo. ¿Vos estás enamorado o...?
─ ¡No para nada! -él nunca ni para otros ni para sí iba a reconocer algo, ¡nunca!-. Sos re linda, me gustas mucho, pero no estoy enamorado de vos -le expresó ya sin el peso autoimpuesto de las cosas autoimpuestas.
─ Mirá...este..., Diego, yo no te correspondo -y las frías cataratas del Niágara en un vaso de agua. Una sutil, portentosa y fría bañera de agua fueron para él ese 'Mirá', ese 'yo', ese 'no', ese 'te', y ese 'correspondo'-.
─ Bueno, no voy a ser dramático. ¿Qué hiciste hoy en la facu? -un santo, un San Boludo se hizo-.
─ ¡Pero pará!, ¡¿ya terminaste lo que me tenías que decir, Diego?! -él reconoció el tono torturador de la vocecita taciturna de ella, de hecho, el látigo de los 'rotundo NO' había llegado a esos tibios escalones de la puerta de entrada-.
─ Sí, ya terminé -¡osos pandas vengan a mí!-, sólo quiero que no interfiera en nuestra amistad. ¿Podemos hacer eso? -preguntó, mirando hacia el suelo, quizás buscando esa zona de los navíos a velas.
─ ...Podemos -respondió ella.
─ Entonces, ¿qué hiciste en la facu hoy? -¿vieron que los osos pandas son re lindos y que viven en China y que...?-.

La ilusión nuevamente se había ido al carajo. El carajo era la zona alta ─el mástil mayor─ de los navíos a velas a donde el capitán mandaba a sus comandados como un leve tipo de castigo.

─ La vida es así muchacho... -se dijo a sí mismo- una mierda que tiene que ver con el mar...

sábado, 26 de noviembre de 2011

Amor no se escribe en la pared | El surco peatonal - Cap. 9


Esta es la primera serie que me animo a escribir de lo que llamo cuentos cortos impersonales la cual titulé Amor no se escribe en la pared.

Anteriormente:
Amor no se escribe en la pared.
Un nuevo actor en la escena.

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El surco peatonal.
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-9-

Invitó a unos amigos y fueron ellos y Su amigo a esa reunión. Ella llevó a una compañera de la pensión en la que vivía.

Él se encontró, una vez subido a la terraza, con el nuevo actor siempre al lado de ella en un extremo del sitio. Imaginó que estaba chamuyando* a full, como se suele decir. Le hirvió la sangre. Un poco, pero le hirvió.

Tomó unas copas de algo que había por ahí, habló otro poco, hizo bromas. Dejó en ridículo a uno de sus amigos por haber tirado algo al suelo. Compró vino y le compraron. Se sentó, filosofó otro poco y, después de haber rompido el hielo ─de haberlo roto en pedazos, metafóricamente hablando─, contó unas anécdotas socialmente aceptables, pero por sobre todas las cosas, tomó vino, quizás un poco más de la cuenta, aunque la cuestión todavía seguía controlada.

Para su sorpresa, la chiquita linda, simpática y más sociable, la del comentario destructor, estaba con su novio: un tipo parecido a Brad Pitt. Él no podía competir con semejante mastodonte. Igualmente, advertía que esta chiquita lo miraba ─en esa y en otras ocasiones─ con la invitación a los sutiles pecados. Esto le traía confusión, tal vez una doble.

Habló con algunas chicas. Insistió que uno de sus amigos hablara con una muchacha tímida, alejada del resto. Una vez juntos, alzó la voz diciendo que 'se había formado una pareja' ─Roberto Galán hubiera salpicado una sonrisa desde su tumba─; ellos dos, claro, colorados. Le encantaba producir esas situaciones.

Le cayó especialmente bien a la amiga/compañera de pensión de ella. Como eran del mismo lugar, ambos rompieron el hielo sobre temas afines geográficos. Su compañera de pensión le había echado un ojo, y él, fiel a sus asuntos machísticos, no rehusó a las invitaciones.

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* Chamuyar: arte en la que se inscribe un chico para seducir a una chica, a veces mintiendo a veces exaltando cualidades innatas o adquiridas.


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Una vez acabada la reunión, él insistió en acompañarla a ella ─y a su compañera─ a su casa. Él fue junto a su amigo y cómplice.

Se despidió de la chiquilla simpática con un beso desalentador ─el mastodonte era muy lindo/fachero─. Tiempo después aprendería que si billetera mata galánlabia mata billetera...

Se fueron cantando por la peatonal. Él, extrovertido y bajo los delicados efectos del vino, cantaba en voz alta y casi gritando unas canciones románticas afines al grupo caminador. Cantaba lindo al desentonar sólo pocas veces, quizás el vino ayudó con las notas altas. Los demás se le sumaron en algunas canciones.

En ciertas esquinas se encontraban policías, que ya venían advirtiendo los gritos metros antes, a quienes él se dirigía con su canto presumido, peculiar, ausente de vergüenzas. Estos guardianes de la casi bahía, algunos miraban de reojo, otros, sonreían. Por alguna razón, el grupo caminador sabía, que ese surco peatonal ahora les pertenecía.

Pasadas una cuadras se abrazaron todos y fueron cantando en voz cada vez más alta. Ya les había contagiado sus características del momento, características éstas vinculadas a esa cosa llamada personalidad. A veces la vergüenza era mutua y se miraban y reían por ello.

Él de tanto apretar, se soltó. Ya no había nubes qué trepar, las había alcanzado a todas. Él fue libre y feliz por más de cinco minutos...

viernes, 25 de noviembre de 2011

Amor no se escribe en la pared | Un nuevo actor en la escena - Cap. 7


Esta es la primera serie que me animo a escribir de lo que llamo cuentos cortos impersonales la cual titulé Amor no se escribe en la pared.

Anteriormente: El encuentro en la casa.

Ahora: 
Amor no se escribe en la pared | Un nuevo actor en la escena

-7- 

Era una casa grande, antigua; era fresca, con los techos altos. Una vez hubieron llegado a la puerta de su casa, su amigo y él, tocaron el portero:

─ ¿Si...?
─ ¡Hola! Soy yo, ¿está Florencia?
─Sí, sí, ya te atiende (se oyen risas, alguien se río adentro).

Ellos también se rieron. Un ratito después, ella abrió la puerta. Todo su olor lo impregnó. La casa y ella tenían un olor característico; él, incluso con el pasar cruel del tiempo, reconocería esos olores en cualquier lugar. Suspiraría al sentirlos una vez más...

Para llegar a la puerta de su casa, se debía subir unos dos escalones, por lo tanto, al estar parado ahí se veían las cosas desde una altura de nivel superior. Las personas que estaban al nivel de la vereda, obviamente, estaban más abajo. Cuando ella abrió la puerta, él se enfrentó con el centro del Universo, con el pasadizo hacia lo que él después llamaría el Paraíso. Él se encontró con su pupo. Lo envolvía una cintura perfecta, un estómago chato. En el nivel superior había un rostro simpático y sonriente que dijo: ─ ¡Pasen!

Después de los besos protocolares, ingresaron. Pasaron inmediatamente hacia un pequeño pasillo, luego por la antesala. Recorrieron un sector amplio, una especie de patio interno en donde se encontraba hacia la derecha una computadora, y se dirigieron a lo que debía ser el comedor, justo antes de la cocina. En ella había una mesa alrededor de la cual estaban sentadas sus compañeras, sonrientes y buenamente presumiendo, todas ellas.

Pidió agua. Tomó su agua. La vio atentamente ir y venir, luego sentarse. Hizo las bromas pertinentes. Esa casa era un lugar en el que no creía iba a estar tanto tiempo.

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Unos días después de aquella visita a su casa, a él, junto a sus compañeros/as, le invitaron a asistir a una especie de reunión en el techo de la casa de un chico. Este ser humano sexo masculino había organizado una juntada en el techo del edificio en donde tenía su departamento. Este ser humano tenía serias pretensiones con ella. Sin dudas, el nuevo actor de la escena era mucho más certero a la hora de estar con la chica del pupo.

Él ya lo veía cerca de ella, a la entrada y a la salida del curso, muy seguidamente. Imaginó que a ella sí que le gustaba este chico. Su perfil de macho salió y se plasmó silenciosamente, torrente sanguíneo mediante, en las características palpitaciones al acercar ideas respecto de ese rejunte. Él nunca le había avisado a nadie sobre su gusto por ella. Ni a su amigo. Quizás pudieron haber unas sospechas, pero él era muy bueno ocultando intenciones...al principio. Después, se le solían desvanecer las estrategias.

Todavía no se había dado cuenta, pero él no era un muy buen amigo de sí mismo que digamos... Si pensaba que un asunto se le complicaba, él no se daba apoyo, es más, se lo quitaba. Más tarde ─bien tarde─ descubriría que él era su propio enemigo.

To be continued...

jueves, 24 de noviembre de 2011

Amor no se escribe en la pared | Cuentos cortos impersonales - Cap. 5

Esta es la primera serie que me animo a escribir de cuentos cortos impersonales la cual titulé Amor no se escribe en la pared.

Anteriormente: Los preámbulos.

Ahora: 
Amor no se escribe en la pared | El encuentro en la casa

-5- 

Hasta que un día consiguió en tomar el camino de la salida juntos. Sin saberlo aún, él ya la estaba idealizando en aquellas ocasiones. Pensaba que era muy linda, re linda, ¡súper linda! Veía de reojo, al caminar al lado de ella, cómo su cabello formaba una línea clara en su cabeza y como sus pelitos iban cayendo hasta los hombros después de haber estado toda una mañana, seguramente, peinándose. Le agradaba muchísimo el eco de sus chistes en la forma sublime de su risa. Las primeras veces, una vez habían llegado al extremo del parque, la separación la sentía injusta, levemente incómoda y dolorosa. Ella se iba por un lado, sola, y él, por otro, acompañado de gente con la que no deseaba estar. Estaba frustrado por no haber podido idear una forma de acompañarla sin que quede como una desviación de su propio camino, deliberada y auspiciosamente señalable.

Él no quería que ella se diera cuenta de nada. Pero le gustaba tanto...

─ ¿Qué les parece si mañana se vienen a mi casa? -comentó ella de nuevo a la salida, más aireada, más accesible.
─ Bueno, mañana vamos a tu casa, pero léanse algo cosa que no vayamos sin saber nada -objetó él-. Chicas, lleven poca ropa así nos divertimos estudiando -dijo, haciéndose el gracioso, una vez más, tal vez con éxito.
─Vayan a mi casa a eso de las tres de la tarde. Anotá -le dijo ella- la pensión en la que vivo queda en... 

¡Houston, aquí NO tenemos un problema! 

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Todo el perfume del mundo en su cuerpo aquella siesta. Mil y unas miradas en el espejo. Él quería estar lindo, no quería ir hacia su casa con asuntos librados al azar.

Tomó el colectivo, ya medio tarde, pero con una comodidad que es propia del tipo que llama positivamente la atención: ─ Seré el rey...-pensó.

Cinco cuadras antes de tener que tocar el timbre del ómnibus, ya empezó a transpirar. Se puso nervioso. Se puso ansioso. Se tiró un poquito de basura a sí mismo pensando que todo iba a fracasar, que al final, él no iba a gustar ni a ella ni a nadie. No iba a gustarle a ella.

¡Riiiinnng...! Se bajó del colectivo, esperó a que su amigo llegase al punto indicado de encuentro; no era tan tonto de llegar solito a la casa. Él se sentía más seguro si tenía un cómplice. Por eso accedía a los pedidos de la gente, de su amigo, en la Universidad, porque se sentía seguro siendo más que uno, siendo dos o más. Él lo sospechaba, pero no lo sabía con certeza: él era el Dios de la inseguridad.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Amor no se escribe en la pared | Cuentos cortos impersonales - Cap. 3

Este es el primer cuento corto que inicié en el blog Mi Majestad. En un principio a estos relatos cortos les llamé El amor perfecto. Ahora, el mismo cuento cambia el nombre a Amor no se escribe en la pared.

¡Ojalá les guste!

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Ahora: 

Amor no se escribe en la pared | Relatos ficticios de un joven amor real

Los preámbulos

-3-

Muchas veces él encontró incómodo el hecho de que ella no se sumara a su grupo después de varias clases. Ella elegía unos asientos al borde, que a veces era el mismo y otras veces era distinto, pero siempre al borde, por atrás o a los costados del límite grupal.

En el grupo de él había una chiquita también muy linda; gran sonrisa, buena llegada, simpática; quizás más socialmente activa que aquella. Ésta chiquita, como casi toda mujer (?), ya se había dado cuenta de que en el otro extremo se hallaba su competencia. Y tenía razón. La otra muy seria muchacha tenía un cuerpo trabajado, las piernas con el músculo cuádriceps notable. Él se dio cuenta de esto cuando la chiquita lanzó una crítica destructiva que no se pudo contener:

─ ¡Miren! Se vino con esa minifalda vaquera ¡Miren, miren! Se le ve la bombacha, seguro que lo hace a propósito.

Él no había tomado consciencia de esa particularidad. Igualmente, le parecían lindas las dos chicas: la seria y la simpática; sin embargo, ahora sólo una chica le hacía particular figura.

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Después de aquél click, él buscaba formas para poder irse junto a ella a la salida de aquél cursillo; quizás acompañarla hasta la casa sería ¡espectacularmente bueno!

Estas situaciones a la salida le causaban gran ansiedad y angustia porque no tenía el tiempo suficiente de satisfacer a todos y, satisfaciendo a todos, no encontraba lugar para contentarse a sí mismo. En ese mundo solamente había un solo ser humano saliendo y alejándose de él: ella y su hermoso contoneo...

A la salida, a él todos iban y le conversaban, le invitaban a fiestas o al bar, o a cualquier sitio. Entre esas personas se encontraba también su amigo. Este muchacho con frecuencia le decía de ir hacia tal lugar o cual lugar, siempre con miras a conocer chicas:

Mirá, boludo, ¡qué buena que están esas minas! Vamos, vamos, le digamos algo... O decile algo vos, dale.

Y él, accediendo, sólo veía cómo ella se alejaba sola del lugar. Estaba todo bien si esas pompis iban solas o acompañadas de alguna compañera. En cambio, el torrente sanguíneo se activaba sobremanera si, en ocasiones de hacerle caso a su amigo, él veía que ellas (sí, el cuerpo humano junto a esas pompis) se alejaban con un muchacho. Porque era verdad, la principio fue atracción sexual, y él no lo negaba; fue un asunto de macho que no acabó sino hasta el final. Él sabía que era una muy fuerte atracción sexual, y nada más. Él sabía eso, tenía claro eso, pero no tenía idea si en ello sería mínimamente correspondido. Él no sabía.

martes, 22 de noviembre de 2011

Amor no se escribe en la pared | Cuentos cortos impersonales

Este es el primer cuento corto que inicié en el blog Mi Majestad. Como estoy organizando mis escritos, abrí otros blogs para ir concentrando las temáticas que suelo abordar en Mi Majestad. Un día de esos... es un blog más literario así que acá estarán todos aquellos textos que más o menos se puedan etiquetar como tal (la mayoría de ellos venidos de mi blog principal).

En un principio a estos relatos cortos les llamé El amor perfecto. Ahora, el mismo cuento cambia el nombre a Amor no se escribe en la pared. Posiblemente vuelva a cambiar el nombre hasta que encuentre uno que me guste definitivamente :D.

¡Ojalá les guste!

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Amor no se escribe en la pared | Relatos ficticios de un joven amor real

Cuando un chico conoce a una chica

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Él estaba con la iniciativa de ponerse a estudiar algo en la Universidad. Ella también. Los dos eran de otros lugares pero que coincidieron en uno solo, como todo el mundo, ¿no?. No estaría mal pensar que los dos fueron una flecha que dio en el blanco de ese lugar de Psicología.

Él era súper sociable, haciendo bromas y hablando tonterías a cada rato; un chico con sentido del humor y con llegada a las masas. Ella era más recatada, tímida, con mejores y más extendidas pausas al hablar, con la mirada seria que preponderaba, esa de reojo y a medio abrir, como inspeccionando siempre el ambiente, siempre. Ella era muy linda, preciosamente linda.

La primera vez que él le prestó atención ─ya la había visto con anterioridad─ fue a la salida del curso. Muchos de los estudiantes salieron al hall de la sala, algunos se reunieron inmediatamente en grupos para conversar, otros, más tímidos, se hallaban solos o en compañía solamente de alguien más. Él, sociable como siempre, ya tenía con quién hablar. De hecho, eran varios en torno a sus habladurías en aquél hall.

Ella oyó que se estaba hablando, entre otras cosas, de organizar un grupo para estudiar y se sumó a la charla, mirándolo como a un objeto que se escudriña por lo movedizo... Le dijo que si podía ingresar al grupo, que podían él, y los demás, ir a su casa a estudiar cuando quisieran. Lo dijo con la seriedad de un rostro propio de quien rompe un marco auto-establecido. Una vez consumada su intervención, ese ser humano mujer, se alejó, rumbo quizás a su casa. Él no la vio venir, pero sí irse: ¡Qué hermoso andar! ─pensó, viendo sus pompis firmes retirarse con un contoneo particular-. Le había gustado cuando se acercó, pero le gustó más cuando se empezó a ir. La primera paradoja se había dado.
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Nota: Decir pompis es la forma argentina más amena de referirse al trasero de una mujer. Lo mismo para las bobis/bubis, pero en referencia a la hermosa parte superior de ellas. Los adolescentes tucumanos no suelen utilizar corrientemente estas expresiones pero sí las conocen. 

-2- 

En clases él hacía intervenciones propias de alguien seguro, aunque de seguridad no tenía nada. Decía casi todo lo que pensaba en voz alta: ─ Profesora, tengo calor, ¿me deja sacarme la remera? Y las risas después de cosas como esas eran como por olas. Los más cercanos, del grupo ya establecido, con risa potente y, después, los demás alejados, como la onda que forma una gota al caer en un medio líquido, tenían las risas deshaciéndose de la misma forma en que se hubieron hecho.

La profesora era joven, tal vez, ésta fuera sólo una de sus primeras intervenciones como tal. Por lo tanto, licenciosa. Para colmo, él, cada tanto de unas de sus bromas, objetaba asuntos inteligentes. No se podía establecer explícitamente autoridad con un chico así en el curso. La joven profesora caía una y otra vez en las trampas que él le ponía y, los demás estudiantes, ya se estaban percatando de su matiz de novata. Aquella profesora también le parecía linda; la idea de alguien precioso enseñando, con abordaje intelectual, cualquier cosa biología, matemáticas o psicología, le atraía y le seducía. A él le gustaban todas...

EN PRÓXIMAS ENTRADAS LAS SIGUIENTES ENTREGAS

El viento y la mente


El viento ha venido por la puerta entrando y ha traído el fresco aroma de una mañana tranquila.
El cuerpo sentado, el mundo sonando. El viento no ha jugado ningún juego. La mente en blanco.
Se han movido las hojas, habrá crujido algo... El viento y la mente un caballo montando.
Soplando el espacio mismo en donde el cerebro descubre, el viento es encanto; que en el hombre perdure.
Indomable y sin permiso, como el papel en blanco que no se ha escrito.
El viento ha venido hasta la puerta soplando, sin ningún norte.
No hay mapas en el viento fuerte de una mente que perdone.
El viento ha venido a la puerta de quien estaba sentado, de todos lados, sin pedir permiso.
Papel en blanco, mente de igual color. Paloma blanca en la frescura de una mañana. El mundo sonando.
La puerta estando. La mente y el viento.
El viento es el corazón inabordable del mundo. El mundo ha venido a la puerta de quien estaba sentado.
Paloma blanca, mente en blanco, pared en blanco. ¿Qué hay antes de escribir un pensamiento?
Viento sin mapas en un susurro sin tiempo.
El cerebro es un hilo que tiembla cuando la realidad sopla como el viento.
Agua cayendo en el lavabo. El mundo sonando. La realidad al cuerpo ha invitado.
El mundo es el corazón indomable del viento. No hay puntos cardinales en los ojos que miran un cielo.
El viento ha venido por la puerta entrando y ha traído el fresco aroma de una mañana tranquila.

lunes, 14 de noviembre de 2011

El mundo o la realidad


Desatino controlado. La flecha da en el blanco cuando el blanco es el mundo.

La realidad es un millón de voces y un millón de puntos. Es tan absolutamente impresionante que el mundo tenga un sonido y que ese sonido sea todo cuanto un oído pueda escuchar. La realidad es como un hilo que se topa con un cerebro humano. Una niña triste en Haití, un granjero en Australia, un pájaro en el Amazonas. Es una mesa servida cubierta de misteriosa invisibilidad. Todo el conocimiento del mundo es la mitad de la mitad...

El hombre es las interpretaciones de sus momentos presentes. El hombre es sus reacciones al mundo. La realidad, sea lo que fuere, no requiere de un centro interpretándola.

La mañana y los días, la puerta cerrada, la sombra, la luz viniendo de afuera, las imágenes del aparato. Viendo al ojo y al tumulto mismo. Los mismos espacios que se llenan por otros espacios que no se llenan. El vacío es lo repleto hasta el borde, al revés.

El cerebro es un pincel que puede ser global. La gente caminando, la vereda, el cordón de la calle, el cielo, dos perros andando. El mundo es un una hoja al viento de una realidad. La mariposa, el ruido, el polvo en el aire. El mundo es la cortina que se levanta en un cerebro que se enciende.

El Universo entero se entremete en un cerebro humano. El calor, el frío, el átomo paseante. El mundo es un parpadeo. De noche y de día, la vida es una tómbola. Un mar que toca tierra y una tierra que toca mar. El mundo es el papel antes del dibujo.

El cuerpo va al mundo apenas nace. El mundo va al cuerpo apenas muere. El mundo es cuando algo respira.

El Cosmos se topa con la mente mientras una hoja de árbol cae en otoño. El Universo es el teatro del átomo.

Una persona es el Universo que ya sabe que él existe...