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Amor no se escribe en la pared | El encuentro en la casa
-5-
Hasta que un día consiguió en tomar el camino de la salida juntos. Sin saberlo aún, él ya la estaba idealizando en aquellas ocasiones. Pensaba que era muy linda, re linda, ¡súper linda! Veía de reojo, al caminar al lado de ella, cómo su cabello formaba una línea clara en su cabeza y como sus pelitos iban cayendo hasta los hombros después de haber estado toda una mañana, seguramente, peinándose. Le agradaba muchísimo el eco de sus chistes en la forma sublime de su risa. Las primeras veces, una vez habían llegado al extremo del parque, la separación la sentía injusta, levemente incómoda y dolorosa. Ella se iba por un lado, sola, y él, por otro, acompañado de gente con la que no deseaba estar. Estaba frustrado por no haber podido idear una forma de acompañarla sin que quede como una desviación de su propio camino, deliberada y auspiciosamente señalable.
Él no quería que ella se diera cuenta de nada. Pero le gustaba tanto...
─ ¿Qué les parece si mañana se vienen a mi casa? -comentó ella de nuevo a la salida, más aireada, más accesible.
─ Bueno, mañana vamos a tu casa, pero léanse algo cosa que no vayamos sin saber nada -objetó él-. Chicas, lleven poca ropa así nos divertimos estudiando -dijo, haciéndose el gracioso, una vez más, tal vez con éxito.
─Vayan a mi casa a eso de las tres de la tarde. Anotá -le dijo ella- la pensión en la que vivo queda en...
¡Houston, aquí NO tenemos un problema!
-6-
Todo el perfume del mundo en su cuerpo aquella siesta. Mil y unas miradas en el espejo. Él quería estar lindo, no quería ir hacia su casa con asuntos librados al azar.
Tomó el colectivo, ya medio tarde, pero con una comodidad que es propia del tipo que llama positivamente la atención: ─ Seré el rey...-pensó.
Cinco cuadras antes de tener que tocar el timbre del ómnibus, ya empezó a transpirar. Se puso nervioso. Se puso ansioso. Se tiró un poquito de basura a sí mismo pensando que todo iba a fracasar, que al final, él no iba a gustar ni a ella ni a nadie. No iba a gustarle a ella.
¡Riiiinnng...! Se bajó del colectivo, esperó a que su amigo llegase al punto indicado de encuentro; no era tan tonto de llegar solito a la casa. Él se sentía más seguro si tenía un cómplice. Por eso accedía a los pedidos de la gente, de su amigo, en la Universidad, porque se sentía seguro siendo más que uno, siendo dos o más. Él lo sospechaba, pero no lo sabía con certeza: él era el Dios de la inseguridad.
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