Algún momento hace unos cuatro años...
Vuelvo a escribir del amor y ahora me refiero a él como algo inalcanzable. No logro escribir romance en frente de mi propio espejo. Veo el pelo en mi mano que lo toca y esa sensación del universo adentro, esa sensación no atendida como hoy la atiendo recordando. Mi amor es vacío, la situación incompleta sostenida entre dos hilos, dimensión de la cosa inacabada, espacio en mitades soportado. Mi amor es angustia, baldosa triturada por su desequilibrio. Angustia en la plaza, en el parque, en la cabeza de quien escribe. Busco el bello momento espontáneo del acompañamiento, suave mano tras la mía, tocándome con su olor. Pero veo que debo ser masón, albañil de los puentes, para acercar las distancias y hacer suelo pisable tras la esquina de esta casa.
Y veo lejanía todavía, como espinas en el ramo. Y veo soledad entumecida en mi esternón. Recuerdo rayos de sol en ese pelo y figuras de piel marrón bajo mis manos que sudaban. Momentos de risas en ese universo contenido, en compañía, con alguien sumando al deleite. ¡Qué buenos momentos pisando la tierra! Me hacía árbol plantado con esos abrazos, era Dios en la botella del pirata, esa del mapa y del tesoro en alguna isla. Y el olor, ese olor inconfundible, con el que ahora sufro en los mayores silencios, como siempre. Como siempre sufro, cavando el ojo para una lágrima de amor... más bien de desamor. Mi amor es vacío, mi desamor es todo lo completamente a mitades. ¡No sé qué es peor! Ver lo que quiero y reconocer lo que tengo me es imposible, no hay tesoros en el cofre del mañana. En esta mitad no hay mañana sino sólo el reflejo de algo en el pecho. Mi pecho, tu pecho..., ahora mío de nuevo, venido a mí en una mitad, en un trozo entero de vacío... en un recuerdo que no se elige.
Los besos en la boca quizás sean la mayor ausencia, pájaro disparado por el cazador inquietante. No reconocer el oro cuando está en frente es el peor pecado. No puedo ser romántico tras mi reflejo en cualquier parte. Ya no me sirve preguntarme por qué, aunque amplia respuesta se ha contestado. Quiero el velo del amor en mi almohada de noche, la compañía de ella, y de mi mente que dispara, inquietante, como el disparo cazando, como el pájaro esquivando las balas. Quiero la mano en mi ombligo el ritmo marcando, haciéndose espacio, construyendo caminos a lo que soy.
No logro actitud para acabar con el silencio ininterrumpido, y pequeñas cosas son el enemigo. El enemigo del amor es un muchacho como yo. O bueno, soy positivo, soy amigo del desamor, del cielo nublado, del frío entero de una noche sin calor, de un buen envoltorio, de una interesante mitad totalmente inacabada abordando la nada, cortándola o recibiéndola partida tras esta ausencia, que es totalidad completa, eso sí.
Y es o sos angustia en la plaza, en el parque, en la cabeza de quien escribe. Es angustia exitosa. Sí, ¡vaya que soy exitoso! Es angustia completa, sí, un tremendo entero completándose en este pecho. El amor es mi vacío o ¿el vacío es mi amor...? Tu amor ausente para toda la eternidad, una parte de la comprensión hecha trizas como la tranquilidad de un lago perturbado para siempre.
No quiero seguir escribiendo del amor como aquello inalcanzable. No puedo ser romántico partiéndome a mitades. Veo el pelo en mi mano que lo toca, y esa sensación del universo adentro...todo es un recuerdo que debo matar siguiendo el tono de mi pecho entumecido. Y escribo: los besos en la boca quizás sean la mayor ausencia; y digo: que ojalá sea vacío fértil la mitad de toda esta ausencia apretujada. Mi amor es el vacío; amor que desatas a mitades.
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